Los caciques de Cingapacinga hablaron con Cortés para quejarse de Montezuma de la misma forma y por razones parecidas a las que le habían dado los de Cempoal. Lo que hizo primero Cortés fue hacer que entre los dos pueblos hubiera paz y se hicieran “amigos”.
Bernal cuenta la historia de un soldado que cuando iban camino a Cempoal pasaron por otros poblados amigos de los de Cingapacinga; este soldado se robó unas gallinas y Cortés lo vio, se enojó tanto que mandó ahorcarlo y cuando estaba a punto de morir Pedro de Alvarado cortó la soga. Bernal aclara que cuenta esto para que los curiosos lectores y principalmente los sacerdotes encargados de doctrinar a los indios “vean de que manera ellos se han de haber con los indios y no tomarles sus haciendas”.
Pedro de Alvarado
Cuando regresaron Cempoal el cacique gordo[1] le dijo a Cortés que quería que siempre fueran amigos, que lo mejor para afianzar su relación es que se llevaran a indias con ellos para dar futuras generaciones; le dieron a Cortés ocho indias, todas ellas hijas de los caciques principales de la zona.
Cortés le dijo que las recibía con mucho gusto pero para que se hermandad creciera le pedía que ya no sacrificaran ánimas pues cuenta Bernal que veían todos los días que mataban a tres o cuatro personas. El cacique gordo contestó que no le parecía bien quitar a sus ídolos pues ellos les daban salud.
Como Cortés vio que no estaban dispuestos a dejar de creer en sus dioses, habló con sus soldados y les dijo que estuvieran pendientes con sus armas pues estaba dispuesto a morir por quitar a los indios sus creencias y que aceptaran la fe católica. El cacique gordo cuando vio que Cortés se aproximaba a sus adoratorios con sus soldados para deshacerse de ellos les dijo que no lo permitiría y mandó que los indios fueran por sus armas también; Cortés a través de la doña Marina les metió miedo diciéndole que ya no serían amigos y que los guerreros de Montezuma[2] solo esperarían el momento de atacarlos.
Cuando los soldados españoles tiraron a los dioses indios, los caciques se pusieron a llorar pidiéndoles perdón pues no podían defenderlos por miedo a Montezuma. El cacique gordo mandó que no atacaran a Cortés ni a sus soldados.
Guerreros mexicas
Lo que hizo Cortés después fue hablar con los indios sacerdotes para explicarles el por qué no deben seguir creyendo en sus dioses, que los ayudarían en contra de Montezuma si dejan los sacrificios y los permiten dejar una imagen de la virgen, por lo cual mandó a todos los albañiles indios a limpiar la sangre y a construir un altar con muchas rosas para poner la imagen y también mandó construir una cruz de madera para que de igual forma la tuvieran bien cuidada y limpia; mandó también que los sacerdotes ya no se vistieran de negro como solían hacerlo y ahora cambiaran sus ropas por unas blancas. Dejó a cargo a un soldado español para que todos los días viera que se cumpliera lo que les mandaba.
Cuenta Bernal que Cortés mandó llamar a las indias que les habían regalado, les hablaron sobre lo malo de los sacrificios y la nueva fe que adoptarían pues fueron bautizadas. En el libro dice Bernal que una de ellas era muy hermosa para ser india…
[1] Fue fundamental en la orientación de Cortés hacia Tenochtitlán y en la estrategia que construyó para apoderarse de la ciudad-imperio más fastuosa y poderosa del Nuevo Mundo.
[2] El estado mexica estaba centrado alrededor de la expansión militar y del predominio político sobre otros pueblos, además de la exigencia de tributo de otras ciudades-estado, por lo cual la guerra era la fuerza básica en la política mexica. La sociedad mexica también estaba centrada alrededor de la guerra; cada hombre mexica recibió formación militar básica desde temprana edad, ya que la guerra no solo era importante para el bien del imperio, también era para muchos, la única posibilidad de ascender en la pirámide social mexica, la única forma de dejar de ser plebeyos (macehualtzin).